viernes, 10 de junio de 2016

Gregorio Samsa: la identidad negada

¿En qué momento Gregorio Samsa deja de ser él mismo? ¿Qué constituye a “Gregorio Samsa” como “Gregorio Samsa”? Kafka nos enfrenta ante un interesante e intrincado problema: no solo nos habla de la crisis del sujeto posmoderno alienado en la productividad y el capital, y el desenmascaramiento de los vínculos “desinteresados” de la familia posmoderna, sino también de la identidad. Con sutileza Kafka nos arroja ante una pregunta que nos deja perplejos: ¿qué nos hace ser nosotros mismos, seres reconocibles para nosotros y para los otros? ¿Qué constituye nuestra identidad?
Sabemos que Gregorio ha sufrido un cambio misterioso pero decisivo: su cuerpo es ahora el de un insecto (diremos insecto para ahorrarnos todas las discusiones que proliferan al respecto sobre qué tipo de bicho es Gregorio). Sin embargo, en un principio, sus inquietudes, sus gustos, sus rutinas, su pensamiento, sus vínculos siguen siendo los mismos que antes de su transformación.
Gregorio vive para trabajar. No puede pensar en otra cosa porque su preocupación (y ocupación) es producir para pagar las deudas familiares. No es que ame su trabajo, solo que tiene que dedicarse a él para sostener y salvar de la ruina a su familia. Es un sujeto productivo, pilar de un núcleo familiar cerrado, por el que, en nombre del afecto y la responsabilidad, debe sacrificarse. Aunque su cuerpo, adoctrinado para el trabajo, ya no pueda producir, él sigue pensando en ello un largo rato. Tomarse el tren más tarde, salir de allí para explicar la situación y no perder su empleo, incorporarse nuevamente a su rutina. ¿Pero cómo?
Aquí empieza el primer problema de Gregorio: su cuerpo ya no pertenece al engranaje productivo. Pero tampoco está apto para la mirada del otro. Intenta salir de su habitación, buscar apoyo en los otros, pero cuando se muestra, no recibe aceptación, sino más bien horror, rechazo.
En su interioridad, el insecto kafkiano sigue siendo él mismo, aunque no en su exterioridad, esto es, en su aspecto físico ante la mirada del otro. Una dificultad franqueable si pudiese explicar a los demás, si pudiese decirles quién es, qué le ha sucedido. Sin embargo, el segundo obstáculo se hace presente: Gregorio pierde su capacidad de comunicar, pierde el lenguaje. Emite un discurso de justificación, de reivindicación de sí mismo a la autoridad laboral que es percibido como silbidos, extraños sonidos, como “una voz animal” (1994: 50). ¿Es entonces Gregorio, “Gregorio”? ¿Lo es ante los demás? ¿Lo es ante sí mismo?
La imposibilidad de Gregorio es construir un relato sobre sí. Para Ricoeur (2006a), la identidad es narrativa: ordenamos, recortamos, jerarquizamos la heterogeneidad de hechos que es nuestra vida en el discurso, le damos una tensión, un uso del tiempo, que habla de nosotros, nos construye, “nos dice” la historia de nuestra vida ante los otros, pero también ante nosotros mismos. Sin lenguaje en la instancia comunicativa no hay narración, y sin narración, ¿cómo construir el relato de nuestra vida, nuestra identidad? Este es el punto de la verdadera crisis. La misma Greta, su hermana, se pregunta: “¿Cómo puede ser eso Gregorio?” (1994:113), le dice a su padre: “El haberlo creído durante tanto tiempo es el origen de nuestra desgracia” (1994:113). El padre se lamenta: “si siquiera él nos comprendiese” (1994:113)... y es que Gregorio sí los comprende. Escucha sus conversaciones, reflexiona sobre las nuevas actitudes de su familia a partir del cambio, y los reconoce todavía como sus vínculos constitutivos, el problema es que quienes no lo comprenden son ellos. No pueden hallar a Gregorio en un cuerpo otro a quien falta el lenguaje, el relato constitutivo de su identidad. Gregorio ya no puede decirse Gregorio y exigir reconocimiento de sí, Gregorio sin lenguaje para comunicar es solo un “eso”, un otro amenazante, un insecto extraño del que hay que deshacerse: “Ante ese monstruo, no quiero ni siquiera pronunciar el nombre de mi hermano y, por tanto, solo diré esto: es forzoso intentar librarnos de él” (1994: 111), dice Greta.
Pero no son solo el cuerpo, que ya no puede producir, y el lenguaje, que no puede construir su identidad ante los otros, los cambios que afectan a Gregorio. Gregorio transforma sus hábitos, sus gustos, aquello que conforma su carácter. El idem ricoeuriano, aquello que nos hace idénticos a nosotros mismos, y que constituye nuestro carácter a partir de la sedimentación de nuestros hábitos y experiencias, muta en la tensión con lo otro, con el cambio, con el ipse (Ricoeur, 2006b): con un nuevo cuerpo, con una nueva situación, ya no gusta de alimentarse con leche fresca sino con basura; no dedica su tiempo al trabajo, sino que le entretiene caminar por las paredes y techos y dejarse caer; ya no siente las heridas de su cuerpo como antaño, sino que pierde la sensibilidad; sin embargo, su prioridad sigue siendo su familia, se preocupa por ellos, se siente responsable por no ser el sujeto productor que los sostenga. Y es esto lo que todavía nos hace reconocer a Gregorio en Gregorio, a pesar de los cambios radicales que ha sufrido en su corporalidad, a pesar de no poder comunicarse y decirse ante los otros, a pesar de él mismo reconocerse como sí mismo y otro.
En definitva, son los vínculos afectivos lo que siguen haciendo de él aquel hombre que se fue a dormir siendo un humano, antes de despertar convertido en insecto. Es por esto que aunque Gregorio observa con resignación, y a veces hasta justificándolos ingenuamente, los cambios que se dan en su familia y respecto a él (ahora todos trabajan, se los ve activos-productores, casi no lo atienden, ni le dan de comer ni limpian su habitación), su crisis total se da cuando el amor por sus vínculos familiares termina por quebrarse, al aceptar que él ya no es nadie, o más bien una carga indeseable, para esos a quien él dedicó su vida: los otros lo han borrado completamente de su mirada, ya no lo reconocen y le niegan la existencia.
Cuando Gregorio escucha la conversación que Greta mantiene con sus padres en la que propone deshacerse de él porque no lo considera su hermano, sino un monstruo, Gregorio quiere retirarse a su cuarto sin causar molestia alguna. Al verlo moverse, su hermana, aterrorizada, se abalanza a cerrar la puerta de la habitación una vez que entra, y cierra con llave y pestillo, exclamando: “¡Por fin!”. Gregorio, después de ser testigo del rechazo total de su familia y principalmente de su hermana, por quien tenía adoración, en la oscuridad de su habitación se pregunta: “¿Y ahora?” (1994: 116). Así, se convence a sí mismo de que lo mejor es morirse. Y lo hace: entra en un estado total de insensibilidad, hunde su cabeza y exhala el último suspiro. Gregorio ya no solo no era él para los otros, sino que renuncia a ser él para él mismo.
Según Ricoeur, a partir del círculo hermenéutico, los misterios de los textos de alguna manera vuelven a nosotros, operan en nosotros y podemos reconocer en ellos alguna resonancia de nuestra propia vida (2004: 146). Leemos a Kafka, a Gregorio, y nos leemos a nosotros. ¿Qué nos hace ser nosotros mismos? ¿Cuánto nos definen nuestros vínculos, nuestra capacidad productiva en una sociedad donde todo es mensurable, intercambiable, todo se vuelve capital y mercancía? Y por otro lado, ¿qué identidad, qué reconocimiento es posible cuando se silencia, cuando se niega el lenguaje, el discurso y la posibilidad de narrarse al otro?


Bibliografía:
Kafka, Franz (1994). La metamorfosis, Barcelona: Edicomunicación.
Ricoeur, Paul (2004). Tiempo y narración I, México: Siglo XXI.
Ricoeur, Paul (2006a). “La vida: un relato en busca de narrador”, Ágora. Papeles de filosofía, vol. 25, n. 2, págs. 9-22.
Ricoeur, Paul (2006b). Sí mismo como otro, México: Siglo XXI.

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