¿En
qué momento Gregorio Samsa deja de ser él mismo? ¿Qué constituye
a “Gregorio Samsa” como “Gregorio Samsa”? Kafka nos enfrenta
ante un interesante e intrincado problema: no solo nos habla de la
crisis del sujeto posmoderno alienado en la productividad y el
capital, y el desenmascaramiento de los vínculos “desinteresados”
de la familia posmoderna, sino también de la identidad. Con
sutileza Kafka nos arroja ante una pregunta que nos deja perplejos:
¿qué nos hace ser nosotros mismos, seres reconocibles para nosotros
y para los otros? ¿Qué constituye nuestra identidad?
Sabemos
que Gregorio ha sufrido un cambio misterioso pero decisivo: su cuerpo
es ahora el de un insecto (diremos insecto para ahorrarnos todas las
discusiones que proliferan al respecto sobre qué tipo de bicho es
Gregorio). Sin embargo, en un principio, sus inquietudes, sus gustos,
sus rutinas, su pensamiento, sus vínculos siguen siendo los mismos
que antes de su transformación.
Gregorio
vive para trabajar. No puede pensar en otra cosa porque su
preocupación (y ocupación) es producir para pagar las deudas
familiares. No es que ame su trabajo, solo que tiene que dedicarse a
él para sostener y salvar de la ruina a su familia. Es un sujeto
productivo, pilar de un núcleo familiar cerrado, por el que, en
nombre del afecto y la responsabilidad, debe sacrificarse. Aunque su
cuerpo, adoctrinado para el trabajo, ya no pueda producir, él sigue
pensando en ello un largo rato. Tomarse el tren más tarde, salir de
allí para explicar la situación y no perder su empleo, incorporarse
nuevamente a su rutina. ¿Pero cómo?
Aquí
empieza el primer problema de Gregorio: su cuerpo ya no pertenece al
engranaje productivo. Pero tampoco está apto para la mirada del
otro. Intenta salir de su habitación, buscar apoyo en los otros,
pero cuando se muestra, no recibe aceptación, sino más bien horror,
rechazo.
En
su interioridad, el insecto kafkiano sigue siendo él mismo, aunque
no en su exterioridad, esto es, en su aspecto físico ante la mirada
del otro. Una dificultad franqueable si pudiese explicar a los demás,
si pudiese decirles quién es, qué le ha sucedido. Sin embargo, el
segundo obstáculo se hace presente: Gregorio pierde su capacidad de
comunicar, pierde el lenguaje. Emite un discurso de justificación,
de reivindicación de sí mismo a la autoridad laboral que es
percibido como silbidos, extraños sonidos, como “una voz animal”
(1994: 50). ¿Es entonces Gregorio, “Gregorio”? ¿Lo es ante los
demás? ¿Lo es ante sí mismo?
La
imposibilidad de Gregorio es construir un relato sobre sí. Para
Ricoeur (2006a), la identidad es narrativa: ordenamos, recortamos,
jerarquizamos la heterogeneidad de hechos que es nuestra vida en el
discurso, le damos una tensión, un uso del tiempo, que habla de
nosotros, nos construye, “nos dice” la historia de nuestra vida
ante los otros, pero también ante nosotros mismos. Sin lenguaje en
la instancia comunicativa no hay narración, y sin narración, ¿cómo
construir el relato de nuestra vida, nuestra identidad? Este es el
punto de la verdadera crisis. La misma Greta, su hermana, se
pregunta: “¿Cómo puede ser eso Gregorio?” (1994:113), le
dice a su padre: “El haberlo creído durante tanto tiempo es el
origen de nuestra desgracia” (1994:113). El padre se lamenta: “si
siquiera él nos comprendiese” (1994:113)... y es que Gregorio sí
los comprende. Escucha sus conversaciones, reflexiona sobre las
nuevas actitudes de su familia a partir del cambio, y los reconoce
todavía como sus vínculos constitutivos, el problema es que quienes
no lo comprenden son ellos. No pueden hallar a Gregorio en un cuerpo
otro a quien falta el lenguaje, el relato constitutivo de su
identidad. Gregorio ya no puede decirse Gregorio y exigir
reconocimiento de sí, Gregorio sin lenguaje para comunicar es solo
un “eso”, un otro amenazante, un insecto extraño del que hay que
deshacerse: “Ante ese monstruo, no quiero ni siquiera pronunciar el
nombre de mi hermano y, por tanto, solo diré esto: es forzoso
intentar librarnos de él” (1994: 111), dice Greta.
Pero
no son solo el cuerpo, que ya no puede producir, y el lenguaje, que
no puede construir su identidad ante los otros, los cambios que
afectan a Gregorio. Gregorio transforma sus hábitos, sus gustos,
aquello que conforma su carácter. El idem ricoeuriano,
aquello que nos hace idénticos a nosotros mismos, y que constituye
nuestro carácter a partir de la sedimentación de nuestros hábitos
y experiencias, muta en la tensión con lo otro, con el cambio, con
el ipse (Ricoeur, 2006b):
con un nuevo cuerpo, con una nueva situación, ya no gusta de
alimentarse con leche fresca sino con basura; no dedica su tiempo al
trabajo, sino que le entretiene caminar por las paredes y techos y
dejarse caer; ya no siente las heridas de su cuerpo como antaño,
sino que pierde la sensibilidad; sin embargo, su prioridad sigue
siendo su familia, se preocupa por ellos, se siente responsable por
no ser el sujeto productor que los sostenga. Y es esto lo que todavía
nos hace reconocer a Gregorio en Gregorio, a pesar de los cambios
radicales que ha sufrido en su corporalidad, a pesar de no poder
comunicarse y decirse ante los otros, a pesar de él mismo
reconocerse como sí mismo y otro.
En
definitva, son los vínculos afectivos lo que siguen haciendo de él
aquel hombre que se fue a dormir siendo un humano, antes de despertar
convertido en insecto. Es por esto que aunque Gregorio observa con
resignación, y a veces hasta justificándolos ingenuamente, los
cambios que se dan en su familia y respecto a él (ahora todos
trabajan, se los ve activos-productores, casi no lo atienden, ni le
dan de comer ni limpian su habitación), su crisis total se da cuando
el amor por sus vínculos familiares termina por quebrarse, al
aceptar que él ya no es nadie, o más bien una carga indeseable,
para esos a quien él dedicó su vida: los otros lo han borrado
completamente de su mirada, ya no lo reconocen y le niegan la
existencia.
Cuando
Gregorio escucha la conversación que Greta mantiene con sus padres
en la que propone deshacerse de él porque no lo considera su
hermano, sino un monstruo, Gregorio quiere retirarse a su cuarto sin
causar molestia alguna. Al verlo moverse, su hermana, aterrorizada,
se abalanza a cerrar la puerta de la habitación una vez que entra, y
cierra con llave y pestillo, exclamando: “¡Por fin!”. Gregorio,
después de ser testigo del rechazo total de su familia y
principalmente de su hermana, por quien tenía adoración, en la
oscuridad de su habitación se pregunta: “¿Y ahora?” (1994:
116). Así, se convence a sí mismo de que lo mejor es morirse. Y lo
hace: entra en un estado total de insensibilidad, hunde su cabeza y
exhala el último suspiro. Gregorio ya no solo no era él para los
otros, sino que renuncia a ser él para él mismo.
Según
Ricoeur, a partir del círculo hermenéutico, los misterios de los
textos de alguna manera vuelven a nosotros, operan en nosotros y
podemos reconocer en ellos alguna resonancia de nuestra propia vida
(2004: 146). Leemos a Kafka, a Gregorio, y nos leemos a nosotros.
¿Qué nos hace ser nosotros mismos? ¿Cuánto nos definen nuestros
vínculos, nuestra capacidad productiva en una sociedad donde todo es
mensurable, intercambiable, todo se vuelve capital y mercancía? Y
por otro lado, ¿qué identidad, qué reconocimiento es posible
cuando se silencia, cuando se niega el lenguaje, el discurso y la
posibilidad de narrarse al otro?
Bibliografía:
Kafka,
Franz (1994). La metamorfosis,
Barcelona: Edicomunicación.
Ricoeur,
Paul (2004). Tiempo y narración I,
México: Siglo XXI.
Ricoeur,
Paul (2006a). “La vida: un relato en busca de narrador”, Ágora.
Papeles de filosofía, vol. 25,
n. 2, págs. 9-22.
Ricoeur,
Paul (2006b). Sí mismo como otro,
México: Siglo XXI.
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