Hace pocos meses me entretuve leyendo no se en donde, una noticia interesante (no como esas sobre el virus asiático y la suma de infectados o muertos y las listas de vacunados etc, con las que los medios nos aburren cada día). Se trataba de un individuo que vivía en Londres y que una mañana de primavera para más señas se encontró con que el tiempo transcurría hacia atrás en vez de hacia delante.

Pues bien, este nuevo Gregorio Samsa, viajero del tiempo, se percató no de que se hubiera convertido en un coleóptero como el conocido Samsa de Praga sino de que las horas transcurrían hacia el pasado en vez de hacia el futuro. Resultó que una buena mañana, al leer el periódico tuvo la impresión de que lo que estaba leyendo ya lo había leído antes, otro día en alguna otra parte, posiblemente también en el mismo diario, no estaba seguro. Buscó el periódico del día anterior pero no pudo encontrarlo, al final rechazó la idea por absurda. Todos los días se publican noticias parecidas –pensó–  y se fue al trabajo como cualquier otra mañana.

De camino al despacho no dejaba de pensar en la información que había leído y en lo repetitiva que le parecía y en que todo lo que hacía se le antojaba ya hecho el día anterior, era como si hiciera cosas que había ya realizado o quizá soñado antes, pero como su vida era tan monótona pensó que quizá era normal lo que le estaba sucediendo y trató de concentrarse en sus ocupaciones y en tratar de olvidar esos incómodos pensamientos.

Por la noche al regresar a su casa se acordó de que el día anterior había discutido con su mujer de modo que intentó ser amable con ella, pero su mujer le rechazó de malas maneras lo que le enfureció y terminaron regañando, las palabras que le salían de la boca parecían ya dichas, las oía como si las dijera otro, no podía creerlo eran las mismas palabras del día anterior con las que respondía a los mismos insultos que su esposa le había espetado la víspera. Aquella noche no durmió bien y se levantó varias veces, iba como sonámbulo a la cocina o al baño dejándose llevar por el cuerpo que repetía algo ya hecho pero en sentido contrario: si recordaba haber ido al naño y luego a la cocina ahora iba a la cocina y luego al baño.

Al día siguiente todo parecía de nuevo en orden y las cosas le resultaban dulcemente distintas, para empezar lucía el sol, cosa –no hay que decirlo– poco frecuente en Londres, además recordó que la mañana anterior había cogido el paraguas pensando que iba a llover lo que  finalmente no ocurrió. Pero hoy definitivamente no llovería así que el mundo  volvía a la normalidad –pensó–. Se sentó más tranquilo a tomar su desayuno y el gato saltó a su regazo con tan mala fortuna que le tiró la taza de té en el plato de salchichas, maldiciendo se levantó e intentó dar una patada al gato pero se la dio a la mesa tirando al suelo la tetera, la taza y el plato con las malditas salchichas bañadas en té. El estruendo fue enorme, oía los gritos de su mujer en el piso de arriba preguntando qué diablos ocurría, mientras miraba desesperado el desbarajuste que había creado a su alrededor. En ese momento se percató de que lo mismo había sucedido hacía dos días.

Estaba tan desconcertado que salió de casa sin ponerse la corbata. De camino a la oficina no dejaba de preguntarse cómo era posible que el tiempo fuera hacia atrás en vez de hacia delante y otro pensamiento empezó a obsesionarle, ¿solo él se había dado cuenta de lo que estaba sucediendo? Entonces se le ocurrió que si solo él estaba al tanto de esta, llamémosla anomalía, sería muy fácil enriquecerse rápidamente, sólo tenía que consultar los índices bursátiles de hacía tres o cuatro días y comprar los valores que mejor se hubieran cotizado esas jornadas. Sin duda era una buena manera de sacarle partido a esta situación absurda.

Pasó las horas de trabajo pendiente del momento de salir, la incómoda sensación de no vivir hacia el futuro sino hacia el pasado se transformó en jovial esperanza ante la posibilidad de ganar ingentes cantidades de dinero. En cuanto dieron las cinco en el reloj del despacho salió al pub que había enfrente cruzando la calle. Pidió una pinta de cerveza y se acercó a la pila de periódicos que de ordinario se iban amontonando durante días sin que nadie se ocupara en tirar los viejos. Allí encontró un The Times de hacía tres días y dos The Guardian de hacía cuatro y cinco días, aquello era suficiente. Anotó los valores que más habían subido en una servilleta y muy complacido volvió a casa.

A la mañana siguiente salió antes que de costumbre y fue al banco a comprar acciones de las empresas que habían subido, (mejor diré que iban a subir la próxima jornada). El director le atendió amablemente y transcribió en el ordenador sus deseos efectuando las transacciones necesarias para la compra de los valores indicados. A nuestro protagonista le llamó la atención la sonrisa que dibujó aquel rostro orondo de banquero cuando escuchó el nombre de las empresas y las cantidades que quería invertir pero no le dio demasiada importancia y prefirió creer que le debió hacer gracia la visión de la servilleta arrugada en la que tan sesudamente había apuntado todo.

A media mañana, degustaba una taza de té en la pequeña cocina del despacho cuando recibió una llamada del banco, el director de la agencia, algo azorado, le explicó que no había podido casar su operación porque las empresas que le había indicado no poseían valores a la venta, al parecer sus acciones se habían agotado esa misma mañana y las operaciones en bolsa de esas compañías habían sido suspendidas por el organismo rector de la bolsa de Londres, que así mismo había anunciado una investigación.

Nuestro nuevo Señor Samsa londinense quedó sorprendido, resultaba que sus proyectos se venían abajo de repente ¿cómo podía ser? Sin duda mucha más gente además de él se había dado cuenta de lo que estaba ocurriendo con el tiempo. Pero lo más llamativo, y esto requería una reflexión en profundidad, era que él y todos los que aquella mañana habían cursado las órdenes de compra en la bolsa de Londres lo que habían hecho era cambiar el pasado puesto que el mercado de valores había tenido que suspender la sesión, lo que quería decir que el pasado era maleable. Los acontecimientos pretéritos no eran, por decirlo de alguna forma, rígidos, la libertad de decisión de las personas podían variarlos.

Estaba inmerso en el recuerdo de esa noticia y de sus consecuencias sobre el mundo y la libertad de los coleópteros bípedos (los humanos, quiero decir) cuando una voz enlatada me apartó de mis elucubraciones:

Próxima estación Moncloa, correspondencia con líneas…