El universo emocional de cada individuo es un material de extrema sensibilidad. Afortunadamente, casi siempre, nos acostumbramos a cualquier variable de las muchas situaciones de la vida, ya sean de la índole que sean. El computo de la gráfica de los estados se resetea y sus picos se relativizan hasta hacerse más neutros, más uniformes, más simétricos. El ánimo hace callo, constructo de resiliencia.
El protagonista de esta historia vive en una sociedad distópica. Concepto más que acuñado en los últimos tiempos. Lo auténtico se hace falso y, ➞ sigamos la viceversa.
Y es que parece, que acabaremos mirando hacia el cielo para ver adorables burritos con alas celestiales como si fueran excelsos Pegasos. En fin, según va la cosa, vamos a entrar en un estado de tal narcosis, que nos tragaremos lo que nos echen. Ya sea más raro que un 'perro verde', como decía aquel.
¡Otra vez!, la recurrente pesadilla que me asola desde hace tiempo. Me convierto en un hombre de carne y hueso: afable, cariñoso, empático… Lo que viene siendo un ser anormal. Siento el rechazo de la gente.
No sé, no sé. Será la nueva medicación. Mi psiquiatra dice que no, que todo lo contrario. “Es lo último, Gregorio, va a revolucionar la salud mental. Le restablecerá a usted la granularidad emocional”. ¡Vaya!, no conocía ese término.
Por fin esta mañana me siento un poco mejor, menos bicho raro. De nuevo los sueños me son favorables: empieza a asomar mi enorme y lustroso caparazón, mis múltiples y resultones patitas de insecto guapo. Los vecinos y conocidos ya no me niegan el saludo.
¡Qué alivio! Solo me queda un vago y lejano recuerdo de cuando no encajaba por ser distinto. Las pastillas de mi doctor son mágicas.
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