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Todo lo que cayó tras el Muro de Berlín

Ricardo Martín de la Guardia publica La caída del Muro de Berlín, un análisis exhaustivo de las causas y consecuencias de aquel repentino suceso.

En el imaginario común, el derrumbe del Muro de Berlín simbolizó muchas cosas. En la práctica, significó otras varias más concretas. El preludio del desmoronamiento definitivo del régimen soviético, el gesto último con el que un pueblo forzosamente dividido logró fundirse nuevamente en un abrazo de fraternidad y unión, o el desmantelamiento de la frontera por antonomasia en el siglo XX —la que por su situación geográfica y política aglutinaba a todas las demás— son frases que resumen sólo parcialmente lo que se inició aquella noche del 9 de noviembre de 1989. Pero la historia siempre es más compleja. Y ni siquiera la conquista de las libertades es una noticia intrínsecamente buena, cuando la larga transición se ve amenazada a cada paso por una incertidumbre que reconoce que, además de a mejor, siempre se puede cambiar a peor.

"Ningún analista había concebido una situación como la que se produjo aquella noche". Ricardo Martín de la Guardia es catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Valladolid. Acaba de publicar La caída del Muro de Berlín (La Esfera de los Libros), y ha elaborado un análisis exhaustivo de las causas que provocaron aquel repentino suceso, así como de las consecuencias que desencadenó en los años posteriores, tanto en el Berlín oriental como en el occidental.

Poco antes de las siete de la tarde de aquel 9 de noviembre, una equivocación invitó a la gente a salir a la calle. Günter Schabowski, miembro del Politburó del Partido Socialista Unificado, se embrolló durante una rueda de prensa y, ante la insistencia de los periodistas, terminó anunciando que todas las restricciones para viajar al extranjero desde la RDA habían sido derogadas. Miles de personas acudieron entonces al Muro, creyendo que al fin podrían traspasarlo, y los temibles guardias fronterizos, no atreviéndose a abrir fuego contra una masa tan descomunal, terminaron abriendo las vías de acceso al Berlín occidental. "Sin embargo", comenta Martín de la Guardia, "la explicación a ese suceso hay que buscarla en los meses anteriores".

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Desde que se dividió la ciudad y la parte oriental cayó en manos de la URSS, lo único que había controlado la reacción popular era la promesa de un crecimiento económico equiparable al de la parte occidental. "Europa acababa de salir de la guerra y se encontraba en ruinas. De pronto, un sistema autoritario es impuesto desde arriba a millones de personas que tampoco tienen recursos para oponerse. La promesa de un desarrollo sostenido y de una recuperación económica equivalente a la del resto del continente, sin embargo, permite que las cosas se asienten poco a poco", explica María del Carmen González Enriquez, catedrática de Ciencias Políticas de la UNED. "Lo que pasa es que para finales de los años ochenta, la desigualdad entre unos estados y otros era demasiado evidente".

"Entre mayo y septiembre de ese mismo año de 1989, se calcula que alrededor de 400.000 personas consiguieron huir de la RDA por diversas fronteras", dice Martín de la Guardia. La situación era cada vez más insostenible y, de hecho, ya se tenía prevista una apertura paulatina, pero nunca tan drástica y espontánea como la que se terminó dando.

Un derrumbe que duró varios años

Otra cuestión necesaria a la hora de comprender el alcance exacto de la reunificación alemana es que fue un proceso mucho más lento y complicado de lo que puede parecer sobre el papel. "Durante los años anteriores a la caída, era evidente un sentimiento creciente que pedía la unificación, pero una vez derribado el Muro, las dos partes debieron enfrentarse a las dificultades políticas y económicas que suponía la transición democrática de la Alemania oriental", explica Martín de la Guardia. "Sólo a nivel económico, se calcula que los estados federados recibieron 800.000 millones de marcos entre 1990 y 1994. Fue necesario un tremendo esfuerzo para reflotar la economía de la antigua RDA, y claro, eso repercutió directamente en el bolsillo de los alemanes occidentales, cuando se les había dicho que ellos no lo iban a notar".

Pero pese a todo, al final, "la reunificación terminó consolidándose como un hecho incontrovertible", concluye él. "Y dejó una profunda huella en el resto del continente". A partir de entonces, todos los países sovietizados que habían vivido bajo el influjo de la Unión Soviética "comenzaron su particular transición democrática, y adoptaron paulatinamente la economía de mercado".

Las sombras del proceso en el resto de Europa

Para la catedrática González Enriquez, el fin de la dominación de la URSS sobre Europa del Este comenzó con el fin de la cultura Brezhnev. "El sistema comunista se vino abajo de una forma tan rápida en esos países, principalmente, porque había sido impuesto desde fuera", explica. "Eran países derruidos tras la guerra, que además se habían quedado sin élites políticas e intelectuales, a los que Rusia les impuso un sistema autoritario y a los que se les impidió cualquier tipo de sentimiento patriótico". "En esas circunstancias, cuando la crisis soviética comienza a ser evidente, comienza también a surgir una cierta confianza hacia el cambio". El derrumbamiento del Muro de Berlín, por tanto, "desencadenó un efecto dominó muy rápido. Pero este se debió a varias razones distintas".

"Por un lado", prosigue, "la propia inercia de ver que los vecinos habían conseguido salir de la dominación fue un gran acicate". El aislamiento de aquellos países que no consiguieron el cambio en un primer momento generó grandes movimientos internos que promovieron las transiciones desde dentro. "Por otro, la presión occidental fue incrementándose paulatinamente, y forzando poco a poco a que el cambio pudiese producirse en todos esos países". "Por tanto, desde fuera, el proceso genera una extraña impresión de ser un proceso sin protagonistas. Y realmente lo fue".

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Lech Walesa, uno de los líderes que forzó la transición democrática en Polonia, en 1980 / Wikipedia

Pero mirando el desarrollo histórico de aquellos años, el largo periodo de transición democrática y de adopción de la economía de mercado en esos lugares estuvo lleno de sombras. "La transición económica fue sin duda la más complicada", comenta González Enriquez. "El paso de una economía comunista a una economía de libre mercado siempre es complejo. Claro, como todo estaba en manos del Estado, que es lo mismo que decir que todo estaba en manos de nadie, durante los primeros años tuvieron que enfrentarse a la difícil tarea de conseguir que todo pasase a manos de empresarios comprometidos con el desarrollo del país". Según la catedrática, el resultado de aquella transición económica es el que, a día de hoy, continúa levantando más críticas en las sociedades de Europa del Este.

A diferencia de la económica, las transiciones nacionales y culturales no fueron tan complejas, aunque también estuvieron revestidas de ciertas dificultades. "En términos culturales, podría resumirse el cambio como el fin del obrerismo", explica González Enriquez. "El modelo humano dejó de ser el obrero, y comenzó a verse con mejores ojos a la figura del empresario, por ejemplo". En cuanto a las transiciones nacionales, "el problema fue que estos países habían tenido reprimido su orgullo nacional durante mucho tiempo, y en esos años comenzó a resurgir una especie de nuevo nacionalismo romántico. Aumentó el rechazo a la inmigración, y también resurgió una cierta xenofobia".

El proceso fue lento y dificultoso, en definitiva. "De hecho, a mediados de los noventa la sensación que se tenía era la de que nada estaba garantizado", dice ella. "El nuevo sistema democrático y liberal no carburaba. Por razones evidentes —el sistema soviético garantizaba el pleno empleo, aunque con trabajos inútiles y precarios—, aumentó el paro, y bastante gente se vio empobrecida de repente". "Muchas personas llegaron a defender que, bueno, bajo la URSS no había libertad, pero al menos tenían un sustento mínimo asegurado. Ahora todo era un caos".

Aún así, el último factor que explica su evolución en las últimas décadas está relacionado con su miedo a Rusia. "Todos esos países tienen razones históricas para temer a Rusia. Por eso, en ellos surgió un ímpetu muy pronunciado por entrar en la Unión Europea. Se trataba de una búsqueda de protección". Para González Enriquez, este asunto no deja de resultar paradójico, ya que "Europa del Este, pese a todo, sigue dependiendo energéticamente de Rusia, y ni siquiera goza de las alternativas del resto de Europa occidental, que puede conseguir crudo y gas en otros lugares".

Sea como fuere, para ella, esa necesidad de "ser absorbidos por la Unión Europea" es la que ha marcado la última fase de su reconversión en democracias libres. "En términos generales, pese a las dificultades y a las sombras, puede decirse que su transición democrática ha sido bastante exitosa". Lo único que hay que añadir, sin embargo, es que "si antes estaban subordinados a la URSS, su éxito actual se debe a su nueva subordinación a la UE". Y esa certeza es la que sobrevuela a día de hoy su política nacional. "Para algunos, la pérdida de soberanía en favor de Europa es dolorosa". Se trata de una especie de confirmación de una afrenta, ya que existe la sensación de que no han sido capaces de sostenerse por sí mismos. "El nacionalismo ha resurgido con fuerza en algunos de esos lugares, y sigue teniendo peso dentro de la Unión Europea", concluye.

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